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Relatos

El burrito Ezequiel



A finales de los años setenta, las nuevas barriadas se beneficiaban gracias a la ley de protección oficial, adquiriendo viviendas dignas a un precio razonable. Ese fue el caso de unas familias gitanas que un buen día dejaron el poblado de barracas en el que vivían para pasar a vivir a unos pisos nuevos. Pisos altos, con vecinos, muchos vecinos, pero con puertas, muchas puertas. Rosita era una niña de nueve años alegre y despreocupada. Ella y su familia vivían en el sexto. Tenían de vecinos a la familia de los Cortés, otra familia que pasó de las barracas a un piso nuevo a estrenar. Las viviendas eran toda una novedad para los gitanos, lo más curioso para ellos era el cuarto de baño, sobre todo el bidet, no sabían a ciencia cierta que era aquello.

- Pues esto debe ser la pica para lavar la ropa María, no se me ocurre otra cosa.
- Que no Manuel, que no...esto es demasiado pequeño para poder lavar nada, ¡y muy bajo!.
- ¡Pues ya me dirás que es sino entonces!.

Sus padres se pasaron días enteros explorando su nuevo hogar. Uno de los problemas que tenían era donde ubicar a su burrito Ezequiel en su nuevo piso. Rosita tenía un especial cariño por aquel burrito, procuraba que no pasase mucho tiempo solo en el rellano, el sitio donde le habían habilitado su jergón particular. El resto de vecinos del edificio no daba crédito a lo que veían sus ojos, un burro en mitad del rellano, ¡que espanto!. Ezequiel, amenudo no podía aguantarse y se le escapaba un poco de orín y de fardos al pobre. Cuando ocurría eso, Rosita y su madre se apresuraban a limpiarlo todo antes de que les llamaran la atención los vecinos. María, la madre de Rosita mandaba a su hija a que sacara a pasear a su burrito, todo sea porque no lo vieran demasiado tiempo en el rellano sus vecinos. Una de las veces que Rosita y su burrito volvían de sus numerosos paseos por el barrio, cogieron el ascensor para subir en él, sabiendo de antemano Rosita que a su burrito le daban vértigo las escaleras. Al mismo tiempo, una mujer entraba en el portal con su cesta de la compra. Rosita le dijo que podía subir con ellos en el ascensor, que había sitio para ella. La vecina al ver al burrito se llevó un buen susto. Pero la insistencia de Rosita por caer bien a sus nuevos vecinos llevó a la vecina a subirse con ellos en el ascensor...

- Pero niña, ¿cómo se te ocurre subir a un burro en el ascensor?. Dijo la vecina tapándose la cara con la mano intentando evitar tragarse la cola revoloteadora de Ezequiel.
- ¿Es que Ezequiel tiene vértigo sabe?, con el ascensor es más fácil. Le respondió Rosita regalándole una sonrisa de oreja a oreja.
- Pero chiquilla, los burros no son como los perros, o los gatos, no son mascotas. Replicó la vecina.
- ¿Cómo qué no?. Mi burrito es muy inteligente, además de cariñoso y responsable. ¿Quiere ver como le ofrece su pata?, ¡lo hace igual que los perritos!.
- No, si no hace falta guapa, no te molestes...
- Venga Ezequiel, ¡saluda a esta señora tan simpática!, ¡arriba esa pata!.

Ezequiel escondía la cara detrás de su amiguita, como si intentase ser invisible para la vecina, para no molestar...Al pedirle Rosita que alzara su pata, Ezequiel salió de su escondite y sonrió tímidamente a su vecina mostrando al igual que su dueña la mejor de sus sonrisas enseñando sus dos grandes paletas. Rosita volvió a pedirle que alzara su patita y así lo hizo. Con tan mala suerte de meter la pata en la cesta de la vecina para acabar tirándole la cesta de la compra por el suelo.

-¡¡Aaahhh!!, ¡mira lo que ha hecho tu bestia!. Esto no puede seguir así. ¡No puede vivir en el edificio el bicho este!.

Ezequiel se asustó al oír los gritos de la señora y se escondió como pudo detrás de Rosita rebuznando y moviendo la cola sin parar.

- Señora, ha sido un accidente, ¿ no ve que mi burrito sabe que le está regañando?, lo está asustando, y no es una bestia, ¡es mi burrito!.
- Lo que sea, pero antes de que acabe la semana este burro irá fuera del edificio, no puede andar suelto por ahí un animal tan grande, ¡es anti higiénico!.


El ascensor llegó a su destino, el sexto. Rosita y Ezequiel salieron pesarosos por el percance con la vecina. La madre de Rosita los esperaba, era ya la hora de comer. Había preparado judías estofadas, Ezequiel comería un poco de alfalfa que guardaban en el balcón. Mientras comían, Rosita les explicó a sus padres y hermanos lo que les había pasado. Manuel, su padre, sabía que Ezequiel lo tendría difícil para ser aceptado como un vecino más, porque al fin y al cabo, Ezequiel era uno más de la familia, y la familia es lo primero para los gitanos.
Aquella noche tenían preparada una fiesta la familia de Rosita y el resto de vecinos gitanos del bloque. Celebraban su nueva y cómoda vida en las “alturas”.

A medida que se fue cayendo la noche, los gitanos empezaron a sacar sus mesitas a los rellanos llenas de platos para picar. Las puertas de sus casas estaban abiertas para todo el que los quisiera visitar. Los gitanos se visitaban unos a otros, improvisaban pequeñas serenatas al son de las palmas. Ezequiel era el centro de atención para los más pequeños, era el único burrito que todavía seguía con sus amos después de la mudanza, el resto de las familias tuvieron que dejar a sus burros en el poblado. Manuel y su vecino Antonio empezaron a preparar una fogata en medio del rellano. El hermano mayor de Rosita sacó su guitarra al rellano, mientras tanto, las hijas de Antonio practicaban pequeños pases de baile, dedicando miradas furtivas a los hijos mayores de Manuel. El resto de vecinos, los payos, salieron de sus casas al oír tanto jaleo en los rellanos. Un grupo de vecinos encabezados por el presidente de la escalera se dirigieron a la planta sexta, la planta donde los gitanos celebraban su particular fiesta. Manuel nada más ver llegar a la comitiva mandó a su hijo mayor a que sacara más botellas de vino y se apresuró a ofrecerle un vasito de vino al presidente. Ezequiel estaba a un lado del rellano, sonriente, feliz por los mimos que recibía de los niños, bailaba al son de las palmas taconeando con sus pezuñas. El presidente de la escalera declinó la oferta haciendo un gesto con la mano, luego le dedicó una mirada fulminante al pobre burrito. La tierna sonrisa de Ezequiel desapareció por completo, bajando sus largas orejas con tristeza, volviendo a sentir otra vez el odio de los que no le quieren.

- ¿¿Qué es esto??. Preguntó con la cara desencajada el presidente.
- ¿Esto?, ¿se refiere a Ezequiel?, es un burrito, a la vista está. Respondió Manuel encogiéndose de hombros.
- Eso ya lo sé, ya sé que es un burro. ¿Me pueden decir que hace un burro aquí?. Llevo toda la semana recibiendo quejas de los vecinos por la presencia de este burro merodeando por los rellanos de este edificio, de sus fardos, de sus rebuznos...¿y ustedes?, ¿se puede saber que están haciendo ustedes?. Haciendo un fuego en mitad del rellano..
- Sí, pero tenemos abiertas las claraboyas para que..
- ¡No me interrumpa!. Un fuego, una fiesta en el rellano, los gritos de los niños las palmas...¡ustedes están por civilizar!.
- Bueno, somos nuevos en la comunidad...
Pero sobre todo esto, ¡esto!. ¿¡Qué hace un burro en el rellano!?. El presidente cogió de una oreja al burrito haciéndole rebuznar de dolor mezclado con el miedo.

- ¡Deje al burrito en paz!. Manuel sujetó fuertemente del brazo al presidente, mirándole desafiante.

Al resto de vecinos se les cayó el alma al suelo. Ellos no entendían todo ese jaleo, pero tampoco les gustó que el presidente hiciera sufrir al pobre burrito, y a su vez a los niños que presenciaban la escena, aquellos que antes habían estando jugando con Ezequiel. Rosita lloraba de rabia en las faldas de su madre. María la tranquilizaba acariciándole el pelo.

-¿Sabe lo que le digo?. Ya no me apetece vivir aquí. Donde la gente vive encerrada a cal y canto, sin saber nada del vecino de enfrente, barriendo para adentro, tristes, sin el espíritu de hacer la vida una fiesta, de compartir las alegrías. Todos encerrados en sí mismos. Suelte al burrito
recogeremos todo esto y nos iremos a dormir. Mañana por la mañana recogemos todo y volvemos a nuestro poblado, allí todavía se puede respirar sin que te miren con malos ojos.

El presidente soltó la oreja del burrito, Manuel a su vez, soltó el brazo del presidente y empezó a recoger una botella de vino y algunos vasos. El resto de gitanos hicieron lo mismo en silencio. Los payos volvieron a sus casas, comentando la situación tan incómoda que habían presenciado. Aquella noche Rosita se quedó hasta tarde en el rellano haciéndole compañía a Ezequiel, susurrándole cosas bonitas al oído, hasta que se fue a la cama y Ezequiel se quedó en su jergón, en el rellano.
Todo estaba en silencio, pero Ezequiel todavía no había podido conciliar el sueño. Un olor a chamusquina le llegó a su hocico. Se levantó y empezó a olisquear por el rellano. El olor provenía de la planta de arriba, precisamente de la puerta de aquella vecina que le increpó en el ascensor. El olor a quemado cada vez se hacía más presente en el aire. El burrito, asustado por lo que podía estar pasando en aquel piso empezó a rebuznar con todas sus fuerzas. Mientras rebuznaba arañaba con sus pezuñas la puerta. Al momento salieron algunos vecinos a los rellanos. El presidente de la comunidad salió disparado en su busca con un bate de béisbol. Cuando lo tuvo enfrente le amenazó con el bate, hasta que olió lo que había olido Ezequiel, el piso de la señora Juana se estaba quemando. Detrás del presidente aparecieron Manuel y Antonio con un hacha y una maza. Golpearon la puerta hasta que consiguieron tirarla abajo. Las llamas invadían el comedor. La señora Juana y su perrita se encontraban en la habitación de al fondo, asomadas a la ventana para no ahogarse con el humo.

La noche acabó con el rescate de la señora Juana y su perrita por parte de Manuel y Antonio y el trajín de los bomberos que llegaron minutos después para apagar el fuego. Nadie pudo pegar ojo el resto de la noche. Al día siguiente, los gitanos empezaron a recoger de buena mañana sus cosas, la decisión estaba tomada, volverían a su poblado. En el portal se reunieron muchos de los vecinos del bloque. Lamentaban lo ocurrido, pero tampoco sabían si podrían acostumbrarse al modo de vida de los gitanos. La señora Juana salió a la calle donde Rosita aguardaba a sus padres junto a su burrito.

- Rosita guapa, me sabe mal todo esto. Siento lo que dije de tu burrito...
- No pasa nada.
- No sé que es lo que puedo hacer por vosotros. Dijo pesarosa la señora Juana.
- Si quiere puede acariciar a Ezequiel. Seguro que le gustará, es muy cariñoso, ¿quiere acariciarlo?.
- Claro que sí. La señora Juana acarició al burrito en la cabeza. Ezequiel dejó de temerla, ahora podía respirar hondo, sintiéndose querido, volvía a casa. Las flores del campo no quieren macetas.

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Revisando en mis archivos encontré el relato del burrito Ezequiel, un relato basado en hechos verídicos. A veces, en días como estos, me siento un poco como Ezequiel.

La gran farsa

Buscando entre la sección de geografía española encontré un libro que hablaba de Extremadura y sus gentes.
Cogí el libro con las dos manos, tenía un tamaño considerable, me fui hacía una de las mesas y me senté. Abrí aquel enorme libro, miré el índice y leí Zafra. Zafra es un pueblo que está en tierra de barros, es famoso por mercado de ganado. Me fijé en el número de la página donde hablaban de Zafra y allí que me fui. El libro era atractivo por sus numerosas fotografías y dibujos. Estuve leyendo como nació el pueblo y porqué su feria del ganado es tan conocida. Una de esas fotografías me llamó la atención por el verde de sus campos. Acerqué mi cara al libro para verlo con más detenimiento. Efectivamente, el verde de aquel campo era un verde intenso. Acerqué tanto la cara que la punta de mi nariz dio contra la foto y por arte de magia, ¡flash!, me introduje en la foto.

Inexplicablemente estaba allí, en ese campo tan inmensamente verde. Los olivos se perdían en el horizonte, ese era el único paisaje en muchos kilómetros a la redonda. Unos muros separaban unas fincas con otras, justamente estaba al lado de uno de ellos, me encaramé a lo alto del muro y intenté divisar algo o a alguien que me pudiera sacar de allí. Detrás de uno de los numerosos olivos que pintaban el paisaje se escondían agazapados tres muchachos y un galgo. ¡Pum! Sonó un tremendo disparo que resonó en todo el campo. Miro hacía el cielo y veo caer una perdiz. Corro hacía ellos para averiguar en donde me he metido.

-¡Hola chavales!, estoy algo desorientado, ¿donde estamos exactamente?.
- ¿Pues dónde vamos a estar?, en mitad del campo. Me respondió el mayor de ellos extrañado. El chico llevaba una escopeta con un extraño aparato adosado al arma.
- ¿Qué es eso que qué lleva incorporado a la escopeta?. Le pregunté extrañado.
- Es un silenciador, pero de nada nos servirá si nos liamos a hablar ahora mismo. Contestó el mayor de lo tres chavales. Era moreno de cejas gruesas y orejas de soplillo, su piel morena delataba la vida de campo que llevaba.
- ¡Lolo que va a disparar, prepárate!. Le avisó uno de los chavales.


¡PAÑAUM! ¡PAÑAUM!

Cayeron dos perdices más del cielo. Ya lo entendí todo. Ese chaval, Lolo, era el que realmente alcanzaba con su escopeta las perdices, pero lo hacía de escondidas, de ahí a que disparase con silenciador.

-¡Uf!, estuvo cerca. Farfulló el más canijo de ellos.

Miré hacía lo lejos y vi a un grupo de gente en lo alto de una colina. Tenían aparcados sus jeeps al lado, los cazadores rodeaban y jaleaban a un tipo alto que no alcanzaba a ver bien desde nuestro escondrijo.

- ¿Quién es el tipo ese al que tanto jalean?. Pregunté.
- Es el Bush ese, el que fue presidente cuando la guerra del golfo. Respondió Lolo sin darle mucha importancia. Hablaba de un ex-presidente de los Estados Unidos como si los viera todos los días.
- ¿Pero, a qué viene toda esta farsa entonces?.


Lolo sonrió viendo que mi ingenuidad no tenía límites - está claro que toda esta farsa es para sacarle toda la pasta que podamos al yanqui. El tipo ese lleva ya tres veranos viniendo aquí, suelta bastante dinero a los vecinos del lugar, sobre todo a mi padre que es el que le enseña los mejores sitios donde poder cazar. Luego, sabiendo de la mala puntería del presidente, se le ocurrió a mi padre que matáramos las perdices a la misma vez que disparaba a una presa. Es así de triste pero mientras más piezas cree que ha abatido más pasta afloja a mi padre y a todos los demás.

- Aaah...¿pero no os da un poco de palo ir buscándole el dinero al tío ese?.
- Pues sí, yo ya estoy hasta los mismísimos de todo este montaje, pero la necesidad obliga, sigo viviendo en casa de mi padre y mientras siga viviendo allí tendré que acatar sus ordenes- Lolo soltó la escopeta , dejándola apoyada al olivo, y empezó a rascarse la cabeza pensando seguramente si realmente valía la pena toda aquella farsa por un puñado de dolares.


Los perros rastreadores empezaron a buscar las presas abatidas por Lolo. La fina niebla que flotaba en el aire se iba levantando a la vez que se iba levantando la mañana.

¡PAÑAUM!

Un disparo fue a incrustarse al olivo que nos resguardaba. Nos agazapamos más al suelo hasta quedar completamente tendidos, hasta el pobre galgo agazapó bajando las orejillas con cara de asustado. En lo alto de la colina los gritos espetaron a la vez.

- ¡Qué hace hombre de dios!, ¿a qué le ha disparado?. Preguntó el padre de Lolo a Mr Bush.
- Estoou...yo creer ver un cervatillou ou algo así entrue los olivos.


La madre de Lolo que también estaba en lo alto de la colina empezó a recriminarle a su marido que aquello debía acabar o al final ocurriría una desgracia. Mientras la confusión reinaba en lo alto de la colina el joven galgo de Lolo echó a correr por el campo, había visto una liebre correr entre los matojos a escasos metros de donde nos encontrábamos.

¡PAÑAUM!, ¡PAÑAUM!, ¡PAÑAUM!

Bush se percató al ver el galgo correr que correteaba por allí una liebre y sin pensárselo dos veces disparó tres disparos intentando alcanzar la presa. El galgo notó como un perdigón le alcanzó rozando por lo alto del lomo y gimió un aullido de dolor. Lolo echó a correr hacía su galgo levantando las manos gritando y maldiciendo a todos los Estados unidos juntos. El padre de Lolo le arrebató la escopeta a Bush. El presidente se quedó pasmado con la boca abierta viendo la mirada de pocos amigos de su guía. Lolo se quedó de pie junto a su galgo mirando al suelo una vez más. La decisión estaba tomada, no volvería a participar más en esa farsa.



El canijo me zarandeó del hombro con cara de alegría, la farsa se había acabado, el padre de Lolo se dio cuenta del error....

Noté como me zarandeaba una mano en el hombro, era la bibliotecaria. Me dijo que bajara a la cafetería a ver si me despejaba un poco. Bajé a la cafetería más al lado para tomarme algo que me despejara. Mientras me tomaba un café bien cargado veo por la tele a Bush Jr hablando sobre los motivos por los que se debería atacar Irak sino dejaban acceder a sus inspectores a todas sus instalaciones. Fue entonces cuando lo vi claro, mayor farsa que la de los americanos no podía haber. Lo peor de todo es que nunca un presidente de los Estados Unidos destapará una farsa de tales magnitudes.

pd: Este relato lo escribí hace ya un tiempo, cuando se le metió en la cabeza a Bush jr, (Bushito para los amigos) de que existían indicios de que Irak tenía armas de destrucción masiva. El relato es simplemente para probar el blog.