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Observatorio

Cerrado

No sé muy bien porqué, pero asocio esta canción de Christina Rosenvinge con la inesperada despedida de Not a pretty girl. Que te vaya bonito, Pretty.

Cerrado

Dios ¿Ahora quién es?
¿Quién hace tanto ruido afuera?
no, no quiero volver
no me interesan las carreras
se lo que hay al final
un montón de nunca más
¿Qué demonios queréis de mi?
nunca más me voy a vestir
¿Por qué no me dejáis dormir?
Estoy tan bien
como una puta en su hora libre
siento terciopelo en la piel
cierro los ojos veo tigres
tigres en el jardín
sólo tengo que ir detrás
¿Qué demonios queréis de mi?
no es mi guerra ni es mi país
¿Por qué no me dejáis dormir?


El lector de etiquetas

Los que me conocen habrán podido comprobar que tengo una extraña manía por leer las etiquetas. Leo desde las etiquetas de los botellines de cerveza, hasta las de las botellas de agua mineral. Es algo que hago inconscientemente mientras estoy con alguien tomándome algo. Hay espacios de tiempo, pequeños espacios de tiempo donde guardamos silencio, es entonces cuando se me ocurre leer la etiqueta de lo que tengo enfrente, mientras el otro se dedica a mirar las musarañas, encender un cigarrillo o a comprobar si su cupón de la once ha sido premiado.

Leo las letras grandes, las medianas y hasta las pequeñas. Leo la denominación de origen de los vinos, la localidad de la fábrica de la Coca-cola, el manantial de donde se saca las aguas minerales de una botella de agua...leo esos mini textos como si buscara un mensaje revelador, algo así como un mensaje oculto donde los extraterrestres anunciaran al mundo que están entre nosotros. Los que presencian mi extraña manía se preguntaran en que estaré pensando mientras leo y releo esos textos insustanciales. Pienso mil y una cosas, pienso en si nos tomaremos una cerveza más antes de irnos, en lo largas que se van haciendo las tardes, en mi irremediable vida hipotecada, en si mi amig@ debe estar pensando qué debo pensar de él/ella. Pienso también que a veces pienso demasiado y que a la vez no pienso nada las cosas. Pienso en que soy demasiado confiado con cierta gente y a la vez demasiado desconfiado con quien no se merece mi desconfianza. Pienso también en que Schweppes tiene sólo dos vocales frente a siete consonantes.

Jara

El sábado fuimos a la perrera municipal en busca de un perro. En mi caso quería ir más que nada por saber en que estado se encontraban los perros en una perrera municipal. Hace unos años, se emitieron en todos los informativos del país unas imágenes captadas con una cámara oculta en la perrera municipal de Mataró. Las imágenes eran durísimas, muy crueles. Pero por lo visto han cambiado mucho las cosas desde entonces, han debido cambiar al personal, o a gran parte de él. El personal que me he encontrado me pareció de lo más competente, sobre todo el chico que nos atendió, le encantaban los perros.

Llegamos de buena mañana a la perrera, llamamos a la puerta, y al rato se asomó la cabeza un joven por el portón. Cuando se enteró que queríamos adoptar un perro, nos dejó entrar sin apenas abrir el gran portón. Detrás de él se amontonaban un montón de perros de todos los tipos y tamaños. Un diminuto perro se me quedó mirando fijamente, me miraba a los ojos. Lucía un gracioso jersey de lana y el muy perro me derretía con esa mirada, tuve que retirarle la mirada o el jodío se habría a salir con la suya. Mirando el patio, rodeados de  jaulas para los perros, tuve la extraña y odiosa sensación de ser un romano a lo Peter Ustinov en busca de una buena compra.

Comenzó la vuelta al ruedo, la galería de las penas y las esperanzas. No paraban de ladrar, teníamos que hablarnos a gritos para entendernos. La verdad es que la mayoría eran más bien chuchillos, chuchillos de todos los tamaños y razas. Había un husky muy curioso, tenía un ojo de cada color, uno azul claro y otro marrón, luego había un chihuahua, un cachorro de pastor alemán...todos esos perros estaban dentro de sus celdas, todos menos unos pocos privilegiados que podían pasear por el patio a sus anchas. Uno de ellos era Frida, un bonito husky siberiano de pelo blanco y ojos claros, clarísimos. La perra se dejaba acariciar, parecía muy tranquila. Otro que me sorprendió fue un pitbull. El perro se me tiraba encima poniéndome sus pezuñas en los pantalones, pegándome cabezazos con ese pedazo de cabezón que tienen los pitbulls. Al perro sólo le faltaba habla, pedía a gritos que le hiciéramos caso, que le diéramos mimos, se tiraba por el suelo boca arriba para que le hiciéramos carantoñas. Estaba realmente necesitado de cariño. Me lo puso muy difícil éste también. Lo único que pude hacer fue juguetear un poco con él. Seguimos el paseo por las celdas y vimos a un perro enorme sentado, mirando al cuidador y a nosotros. El Chaval le llamó por su nombre con energía intentando subirle el ánimo, el perro ni se inmutaba, nos miraba con la mirada perdida como si fuera consciente ya de que no seríamos nosotros los que le sacaríamos de allí. Otro que me partió el corazón. Cuando acabamos de ver todos los perros decidimos quedarnos con Frida, la perra que andaba suelta por el patio por no habernos avasallado como el pitbull, y también porque nos gustó. La perra tiene un año y medio, está esterilizada y desparasitada. En su cartilla pone que se llama Jara, el nuevo nombre con el que la hemos bautizado. Mientras concretábamos los detalles de la adopción me percaté que algo, supongo que un perro, golpeaba con fuerza unas puertas metálicas por la que no se podía ver nada. Seguramente sería El Steve McQueen (La gran evasión) de la perrera , el Alec Guiness (El puente sobre el río Kwai) en versión perruna, el irreductible.

La perra se ha acoplado a su nueva casa y sus nuevos dueños a la perfección, incluso se lleva bien con Freddy, parece como si nos conocieramos de toda la vida. ¡Tenemos Jara para rato!.

Clases magistrales con Joan Capri



Yo no sé en otros lugares, pero salir de lo que es Barcelona y alrededores, salir en definitiva del gran núcleo urbano de Barcelona un viernes por la tarde es sin duda una dura prueba para los conductores impacientes. Recuerdo uno de los monólogos de Joan Capri donde contaba como podía salir de Barcelona sin gastarse un duro en gasolina. Decía que sólo tenías que poner el coche en punto muerto, con el motor apagado, y esperar a que la marabunta de coches te fuesen dando golpecitos en el parachoques, pudiendo llegar por lo menos hasta Montgat,(un pueblo pegado a Badalona), y a partir de ahí, a correr hacía la costa brava.

Que digo yo que un día podría probar a hacer eso mismo, esperar a que los demás coches me fuesen empujando poco a poco, uno por aquí, otro por allí... y así hasta llegar al sur de Francia. Podríamos viajar por el todo mundo a base de empujuncitos, un día por tí y otro día por mí. Il peut pousser à moi pour satisfaire monsieur?, merci..grachie mile.. it can push to me please?, thank you boy..

No sé si fuera de Catalunya la gente conoce a Joan Capri. Antes de que se pusiera de moda lo de los monólogos, mucho antes de todo eso ya andaba este señor por los escenarios de Catalunya soltando sus monólogos, soliloquios diría yo. Hizo unas cuantas películas, hizo mucho teatro, grabó discos y cintas con sus monólogos.. a la gente le encantaba escucharlo. Hace unos años, con motivo de la desaparición del cómico más emblemático de Catalunya, montaron un homenaje a Capri donde colaboraron otros artistas del espectáculo y amigos, o podría decirse que eran todos amigos. Uno de ellos era Andreu Buenafuente, gran seguidor de la obra de Joan Capri, (a la vista está escuchando sus monólogos).



El del centro es Joan Capri, pero.. ¿sabéis quién es el jovencito de la izquierda?.

In it (estamos en ello)



Estos días lluviosos los he pasado atrapado en una barca.


Esa es la conclusión a la que he llegado, he estado viviendo todos estos días en una vieja barca estancada en la arena. Me di cuenta de ello cuando revisando algunas grabaciones de mi videocámara, vi una toma que se me había pasado por alto hasta entonces. La imagen era la de un montón de barcas amarradas en el puerto de Castro Urdiales (Cantabria), bonito donde los haya, pero las barcas estaban rodeadas de fango, atrapadas por culpa de la marea baja. Fue entonces, viendo esas barcas atrapadas como me di cuenta que yo me hallaba en una de ellas, por mucho que quisiera salir de aquel atolladero sería inútil, simplemente tenía que esperar a que volviera a subir la marea, esperar a que el agua volviese llevarme hacía nuevos horizontes. Parábolas aparte, me estoy refiriendo a las ganas de escribir aquí, aquí o en cualquier lado, simplemente no me apetecía. Aquellas preguntas que se hacen gente como Hernán Casciari a menudo, me rondaron por la cabeza, ¿porqué escribo en un blog?, ¿escribo para mi?, ¿escribo para otros?, ¿escribo para mi y para los demás?. ¿Sirve para algo escribir en un blog?. Harto de tantas cavilaciones preferí no pensar más en ello y me dediqué a hacer lo que me pidiera el cuerpo. Hasta el día de hoy que me han vuelto las ganas por contarme algo por aquí, sin saber exactamente porque lo cuento, tiene melones la cosa.

Los días que he pasado en mi barca imaginaria los he pasado leyendo, escuchando música, saliendo por ahí, bostezando, desesperezándome, perdiendo kilos en tiempo record por falta de provisiones...estuve revisando los videos de la videocámara como dije antes ya que tenía que preparar la susodicha para filmar el día de la primer comunión de mi hermana. Fue este pasado domingo, fue toda una locura, casi treinta invitados atravesaron España de una punta a otra para asistir a otro fiestorro de estos donde corre el vino, el cava, los cubatas y lo que haga falta, oiga. La escena del domingo por la mañana de todos mis familiares subiendo la calle Gatassa para llegar a la iglesia fue todo un espectáculo, dando el cante con ese buen humor que caracteriza a los extremeños. Allí estaba yo, trajeado de cabo a rabo, móvil en mano para estar en contacto con el jefe del evento. El traje imponía tanto que hasta llegué a oír comentar a unas señoras chismes como este:


- Ese tiene pinta de guardaespaldas, ¿no ves que no suelta el teléfono en todo momento y está guiando a toda esta gente?.
- ¿Te imaginas que fuera un guardaespaldas del Príncipe y la Leti?, podría ser, como ahora hacen tantas salidas de incógnito...
- Ya podría ser ya, pues tiene su gracia, si se parece a uno de los de Estopa, y el que va a su lado más y todo, seguro que es otro guardaespaldas. Los Estopa son los guardaespaldas de la familia real, jajaja...
- Señoras, dejen de darle al bisté que las estoy oyendo desde aquí, que no se cortan un pelo joder..
- Jajajajaja..


Las cabronas se descojonaban de lo lindo, si es que ya no respetan a nadie, coño. Marujas aparte, estos días me he dado cuenta de que hay gente m-a-r-a-v-i-ll-o-s-a, como diría el papuchi. Gente buena, muy buena, tan buena que sientes apuro por no saber como corresponderles. El caso es que son esos pequeños detalles los que agradezco de corazón, aunque a veces no sepa como demostrarlo. El resto de días los he pasado descansando, descansando del blog, de los desfases, de la actualidad... por descansar he descansado hasta de mi.
Hoy sin hacerme demasiadas preguntas sobre porqué escribo o puedo dejar de escribir, resumo mi actual estado blogueril cambiando ligera y genéricamente el título del segundo disco de Supergrass (súper recomendables). In it for the Money (Estamos en ello por el dinero) lo titularon en un arranque de sinceridad. En mi caso dejo de lado lo del dinero para decir simplemente, In it, (estamos en ello).

Pues eso.

La despedida



Rojitas las orejas - Fito y los fitipaldis

Estos días donde la gente aprovecha para salir de su rutina haciéndose escapaditas para ver otros lares se acaban, como todo lo que empieza. Es entonces cuando llega el momento de la despedida, ese momento que nadie quiere que llegue y que en ocasiones resulta tan doloroso.

Hay gente que no soporta las despedidas, las evita al máximo, simplemente dan media vuelta intentando disimular esa sonrisa desencajada que se les dibuja cuando no saben que decir en una despedida. Despedidas épicas como la de Humphrey Bogart e Ingrid Bergman en el aeropuerto de Casablanca han hecho llorar a generaciones enteras. O la despedida de un desesperado Solo (Cuatro amigos) viendo como Bárbara, la chica de su vida, se le escapa de las manos para no volver nunca más. Despedidas tristes, extrañas, de sentimientos contenidos apunto de explotar. En Carreteras secundarias, la película de Emilio Martínez Lázaro, hay una escena película que se suele repetirse en la vida real. Paquita (Maribel Verdú) se monta en un autobús de vuelta a su pueblo. A pocos metros de allí se encuentran Felipe (Fernando Ramallo) y Manuel (Antonio Resines) esperando a que arranque el autobús, serios, pensativos, sin saber que fue lo qué pasó. Maribel busca mirando a través del cristal una palabra, un gesto, algo que mitigue su dolor. Pero nada ni nadie puede aliviar ese momento. Simplemente sucede y ya está.

En las despedidas aflora tal revoltijo de sentimientos, tal ansiedad, que uno se pregunta, ¿porqué no podemos ahorrarnos ese mal trago?. ¿Porqué no se puede ir uno a la cama y despertar al día siguiente como si no hubiera pasado nada?. Evitaríamos así despedidas que se asemejan a las carreteras secundarias, a bifurcaciones que se presentan en la vida y que raramente vuelves a coger.

No lo puedo evitar, las despedidas hacen sentirme raro, raro, raro...

Llueve

Hoy llueve. Yo al menos he podido llegar a esa conclusión. Otros todavía no se enteraron...



Conduciendo por la carretera, me encontré a un lado de la calzada a un chico esperando inmóvil. Parecía como si buscase con la mirada a alguien o algo, sin percatarse de la que le estaba cayendo encima. Llovía a mares y no se inmutaba, ni siquiera intentaba resguardarse bajo un árbol o taparse con el abrigo. Tal vez estaría esperando a su novia. Habría quedado con ella haría media hora y se estaba retrasando, ni siquiera tendría el móvil encendido. Tal vez habría quedado para conocer al fin a los padres de él. Aterrada por la idea de conocer a sus suegros, debió dar un volantazo en mitad de una carretera secundaria, dio media vuelta para luego recoger a un autoestopista que resultó ser el hombre del tiempo de la tele. Tal vez ese era el verdadero sueño de la chica, huir al sur de Francia con un hombre que le susurrara lo bonita que era, y ya de paso, el tiempo.

O no, o más bien a quién estaba esperando el chico bajo ese aguacero era a su mejor amigo, ese que le presentó a su novia hará dos años, ese que un fin de semana se quedó atrapado por la nieve con su novia en un refugio de los Pirineos. Tal vez pasó algo entre su mejor amigo y su novia en su cautiverio, tal vez eran amantes, tal vez él chico sobraba en toda esta historia. Tal vez... tal vez su mejor amigo habría quedado con él para llevárselo al monte y luego matarlo y enterrarlo bajo un gran roble.

O que sé yo, tal vez esperaba un autobús, o un coche del cual le gustara la jeta del conductor para hacer dedo. O tal vez leyó en una revista de sucesos paranormales que ese día, a esa hora en ese mismo lugar, aterrizaría un platillo volante del que saldrían unos seres venidos de otros mundos que se dedicarían a recoger a los allí presentes, para luego llevárselos hacía su maravilloso planeta, aquel donde no tienen que pagar impuestos, aquel donde nadie cae enfermo, aquel donde el Barça gana copas de Europa...un mundo ideal.

O quizás, quizás estuviera presenciando una cabalgata invisible donde en una de las carrozas seis enanitos bailaban y cantaban sin cesar alrededor de una Blancanieves sofocada por el movimiento que había bajo sus faldas. O tal vez, tal vez esperaba al dichoso Correcaminos para hacerle la zancadilla y que por fin pudiera atraparlo el Coyote.

O quién sabe, puede que simplemente le gustase mojarse, o que esperara a Gene Kelly para que le enseñara a cantar y a bailar bajo la lluvia, o que fuera impermeable, como los patos... o puede que nada de lo que he contado fuera cierto. Que lo que realmente pasó es que de tanto pensar, olvidase por un momento que estaba lloviendo.

Ilusiones de la tercera edad

Esta tarde, de vuelta a casa, he vuelto a ver a los viejos tomar el sol en la calle. Ellas permanecían sentadas en sus sillas a las puertas de su casas, como si hicieran vida de pueblo. Con sus batas, blusas y zapatillas de estar por casa. Ellos tomaban el sol al otro lado de la calle, sentados en los bancos, arremolineados en grupitos, debatiendo sobre todo lo que haya que debatir. Toda esa escena con el azul intenso del Mediterráneo de fondo. Las vistas desde los barrios altos de Mataró son espléndidas. Pero lo que más me llamó la atención fue un viejecito que permanecía sentado en uno de los bancos, un poco más apartado de los demás abuelos, repasando una y otra vez la primitiva. Tan aplicado estaba, que apenas separaba las lentes de sus gruesas gafas del papelito.

No es la primera vez que lo veo, lo he visto otros días a la misma hora comprobando la primitiva, repasando una y otra vez sus anotaciones. Y digo yo, ¿y si le tocara, que haría con tanto dinero?. ¿Que puede hacer un hombre que lo tiene ya todo vivido, que los grandes gastos los dejó atrás al igual que sus fuerzas?. Supongo que será un hobbie como cualquier otro, unos juegan a la petanca y otros juegan a la primitiva. De ilusiones también se vive.



Y de fondo: No me llames iluso - La cabra mecánica.